¡Feliz Día de las Madres! El reto de ser mamá en el siglo XXI

Ser mamá es algo que se aprende con el tiempo
Ser mamá es algo que se aprende con el tiempo

En el Día de las Madres, reflexionamos sobre el maravilloso viaje de la maternidad y todo lo que implica ser mamá

mamá

Ser mamá es uno de los mejores regalos que tenemos. Es maravilloso saber que por naturaleza tenemos esa capacidad, prácticamente desde que nacemos, y cómo el instinto florece desde que somos pequeñas cuando jugamos a serlo… hasta que llega el momento en el que realmente lo somos; y el proceso es sorprendente: desde sentir cambios en nuestro cuerpo hasta ver cómo esa personita que traemos dentro va creciendo y madurando hasta el momento del nacimiento.

Y al verlo o verla frente a nosotros, se da una descarga de oxitocina y una sensación de conexión que no tiene comparación; y cómo empezamos  a entender los leves cambios en el lenguaje precario del bebé para comprender cuándo su llanto es de cansancio, cuándo es porque tienen hambre y cuándo necesitan solo un abrazo… y ver nuestro reflejo en una personita que depende cien por ciento de nosotros, hace que nuestra vida tenga un sentido diferente, en donde la palabra “amor” se vive en su máxima expresión.

Y empiezan los retos, pues nadie nos enseña a ser mamás; a pesar de ser la profesión más importante y de mayor impacto, es para la que menos nos preparan… Realmente aprendemos a ser mamás, siendo mamás. Y así nuestros hijos se convierten en nuestros maestros; nos enseñan la importancia de los horarios, de las rutinas, de la convivencia, del darnos tiempo simplemente para disfrutar; retan nuestra creatividad e imaginación, la optimización del tiempo, nos enseñan a ser realmente “multitasking” y a multiplicarnos para no dejar de cumplir con nuestras diversas responsabilidades y darnos tiempo para jugar, para inventar cuentos y canciones, para disfrutar del baño y, principalmente del tiempo de descanso que se reduce considerablemente.

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Y también nos enseñan a ser más resilientes, pues aprendemos a recuperarnos de las preocupaciones y el agotamiento ante noches de no poder dormir porque tenemos al bebé enfermo o con sus crisis de sueño, porque come mucho o no come casi nada, porque llora sin razón aparente, porque está todo el día como torbellino cuando tuvimos un día agotador, y cada vez que vemos su carita y su sonrisa, todo se cura y todo se olvida. 

Y en los pocos ratos de paz pensamos en la gran responsabilidad que tenemos frente a nosotros. Pues al verlos pequeñitos e indefensos pensamos que pronto serán jóvenes y adultos a los que queremos ver buenos, responsables, independientes, triunfadores. Y creo que, sin dejar de ver la maravilla de la niñez, debemos permitirnos guiar por ellos como si fueran una brújula, pues sin dejar de disfrutarlos, debemos tener presente la importancia de formar desde chiquitos al adulto que queremos entregar a la sociedad.

Y por eso empezamos a incorporar horarios y rutinas para dormir, para comer e incluso para jugar. Esas rutinas que les enseñarán que hay que darnos tiempo para las responsabilidades y para los momentos de disfrutar; y nos preocupamos por enseñarles a comer sano y variado, para evitarles problemas de nutrición y peso; y les damos pequeñas responsabilidades para darse cuenta que las  grandes satisfacciones requieren de esfuerzo y de constancia pero cuando trabajamos juntos y contribuyen con pequeñas acciones todo fluye favorablemente dentro del hogar.

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Y poco a poco les vamos enseñando cómo sanan los raspones y las heridas; cómo deben resolver problemas, permitiendo que tomen decisiones y que aprendan a “vivir” las consecuencias de ellas; cómo ganarse el helado favorito o el juguete esperado, pues todo ello les ayudará a valorar la satisfacción de lograr sus propósitos. 

Nadie nos enseña a ser mamás y por tanto, no hay mamás perfectas.Tomamos decisiones basadas en la intuición y sin duda cometemos errores; pero las pequeñas o grandes equivocaciones siempre van cargadas de un gran amor y de siempre buscar lo mejor para nuestros hijos. Y sí, nos vamos relajando y cuando llega el segundo o tercer hijo, ya aprendimos a no preocuparnos de más y a confiar en que hacemos un gran trabajo.

Alguna vez leí una investigación que, sin menospreciar el trabajo de un papá, hablaba de la enorme influencia que ejercemos las mamás en nuestros hijos: en sus valores, hábitos, prácticas y carácter; pero con el tiempo he aprendido que también los hijos dejan una enorme huella en nuestras vidas; nos enseñan a ser más generosas, a preocuparnos más por otros que por una misma, a fortalecernos en la debilidad, a retar nuestros límites, a diversificar nuestras habilidades, a desprendernos de nosotras mismas y a no perder oportunidad de reír a carcajadas. Nos damos cuenta de los gestos y ademanes que hacemos, y de las palabras que decimos, cuando los vemos o escuchamos imitarnos y nos esforzarnos en cuidarlos.

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Tenemos grandes retos en esta importante labor; pero el más grande, desde mi punto muy personal de vista es enseñarlos a crecer, pero dejar que ellos crezcan; enseñarles a tomar decisiones y permitir que se equivoquen, enseñarlos a ser independientes y soltarlos, confiando en que en cada etapa, cada decisión, cada equivocación, nuestra voz será su brújula y les ayudará a encontrar su propio camino.

¡FELIZ DÍA DE LAS MADRES!

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