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Violencia obstétrica, aquella de la que nadie habla

Cuando se habla de la violencia contra la mujer, la asociación más rápida que se viene a nuestras mentes es aquella donde referimos la existencia de golpes, el abuso psicológico, la discriminación, el acoso o la violencia sexual.

Sin embargo, hay una más que, aunque la primera vez que se nombró como tal fue hace casi 200 años, en 1827, hoy en día se encuentra tan normalizada y vista como “algo que todas experimentan” -si no todas, al menos en México 3 de cada 10 mujeres embarazadas en los últimos 5 años sí, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021- y que ha sido minimizada al grado de que para miles de personas llega a ser considerada “una exageración”: la violencia obstétrica.

Pero ¿Qué es?

Si bien, los profesionales de la medicina que se dedican especialmente a la gineco-obstetricia, cuentan con todos los conocimientos y la práctica necesaria para ejercer de manera correcta su profesión, se reportan entre ellos conductas que, ya sea por acción u omisión, se convierten en formas de violencia hacia las pacientes que están tratando su embarazo, parto o puerperio.

El gobierno de México define a este tipo de violencia como aquella que:

“Se genera con el maltrato que sufre la mujer embarazada al ser juzgada, atemorizada, humillada o lastimada física y psicológicamente. Se presenta en lugares que prestan servicios médicos y se da en todas las esferas de la sociedad”

Entre algunos de los ejemplos de esto, que el gobierno comparte de manera pública, se encuentran acciones que posiblemente has escuchado relatadas por mujeres cercanas a ti. Por ejemplo:

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En el Antiguo Egipto, las mujeres parían en cuclillas y, alrededor del año 1600, cuando daban a luz con ayuda de parteras, se colocaban sobre una silla que contenía un hueco en el asiento, con una forma muy similar a la de un retrete.

Pero, si estos métodos funcionaban de maravilla ¿de dónde nació la idea de parir acostadas?

Todo parte del Rey francés, Luis XIV, quien dio la orden de que su esposa, María Teresa de Austria, trajera a su hijo al mundo de una manera en la que él pudiera ver todo el procedimiento: acostada, apoyada sobre su cabeza, torso, nalgas, con las piernas levantadas y apoyadas en el piso (posición que se conoce como litotomía).

Una vez concluido el parto, el Rey satisfecho de lo observado promovió la práctica por todo el pueblo, haciendo que perdure hasta nuestros días, a pesar de que prolonga el trabajo de parto y retrasa las contracciones.

Más común de lo que se piensa

Gran parte de las vivencias recolectadas en la encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), arrojó contundentes datos que permiten la visibilización de estas agresiones contra las mujeres. Cada una de esas experiencias, respalda los datos y presentan las diversas formas en las que madres sufren violencia.

Tal es el caso de una joven madre de 25 años que decidió permanecer en el anonimato mientras compartía con nosotros un poco de su experiencia que califica como “terrible y deshumanizante”:

“Ingresé al hospital en la madrugada, y estuve en una camilla expuesta, con las piernas abiertas y siendo observada por todos y cada uno de los residentes que caminaban por la sala y volteaban a verme, durante alrededor de 6 horas. Yo buscaba respuestas de por qué aún no me atendían, si había ingresado al hospital con 8 de dilatación y las contracciones que sentía ya eran demasiado intolerables, sin hablar de lo violada que sentía mi intimidad”, comienza

Continúa relatando que, hubo un momento en el que ya no contaba con fuerzas y que su suero se había terminado “desde hacía horas”:

“Vomité. probablemente por el dolor. Nunca supe por qué, pero sospecho que fue porque me inyectaron algo para adelantar las contracciones. Cuando buscaba respuestas de los doctores, nadie me decía nada. Era como si no existiera. Nunca me había sentido tan deshumanizada. Fue terrible”.

Lo más preocupante es que uno de los riesgos más graves de la violencia obstétrica está directamente relacionada con que a pesar de estar contemplada en las leyes de 28 entidades, no se conoce mucho sobre ella y las acciones que considera violencia como tal, son solamente una pequeña parte.

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Para muchos, lo relatado por la joven que identificaremos como A. R., no representa algún tipo de maltrato.

No obstante, justamente por esto y por la poca importancia que recibe el tema, la ENDIREH llevó a cabo la encuesta bajo el concepto “maltrato en la atención obstétrica” para englobar, de este modo, diversas violencias en los servicios de salud reproductiva, tales como gritos y maltratos al momento del parto, ignorarlas cuando preguntan dudas sobre su embarazo o su bebé, ser obligarlas a permanecer en posiciones incómodas, comentarios ofensivos o degradantes.

Además de:

“En una de esas ocasiones, uno de los residentes pasó por mi camilla, volteó a verme y gritó ‘¿por qué no han pasado a la de la camilla uno? ¡Ya se le está saliendo el bebé!’ después volteó a verme para decirme en un tono elevado de voz, que me calmara y que no era para tanto el dolor que estaba sintiendo. Eso, lejos de ayudarme, me hizo sentir peor

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El INEGI contempló que entre el 2016 y el 2021, 7 millones 810 mil 538 mujeres de entre 15 y 49 años que tuvieron un hijo o hija. De ellas, el 31.4% fue víctima de violencia obstétrica, es decir, un total de 2 millones 455 mil mujeres. Cifras alarmantes que, al mismo tiempo se mezclan con revelaciones aún más graves:

En este último dato, cabe recalcar que el análisis de la situación, el mayor porcentaje (11.3%) refirió sufrir gritos o regaños (que comúnmente se relacionan, justamente, con la edad y el inicio de la vida sexual activa, así como el inicio de la maternidad), en seguida se encuentran quienes se sintieron presionadas para aceptar algún método anticonceptivo (9.6%) y el ser ignoradas al preguntar sobre su parto o su bebé, el 9.4%.

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A.R, terminó por contarnos que ese día “todo el trato estuvo mal. Desde antes del parto, durante el parto y después del parto. Recuerdo una de las peores situaciones, fue que el doctor me cosió un desgarre cuando la anestesia ya se había terminado. Aunque me dijo que, si yo quería, me volvía a anestesiar y aunque yo le respondí que sí, él dijo ‘si te anestesio se va a tardar mucho en quitar el efecto y ya nada más me faltan dos puntos, lo voy a hacer rápido para no anestesiarte’. Y al instante comenzó a suturarme sin anestesia. Lo peor es que no sentí que fueran solamente dos puntos”

Y aunque las cifras hablan por sí mismas y dejan ver la deficiencia que existe en cuanto a la regularización, sensibilización y capacitación del personal encargado de atender a las mujeres de manera oportuna, en cuanto a sus derechos humanos se refiere, el comenzar a llamar las cosas por su nombre y compartir el conocimiento adquirido al respecto, puede ayudar a prevenir o detener, decenas de prácticas que, lamentablemente, continúan ocurriendo.

“De esa experiencia, que se supone iba a ser inolvidable porque iba a conocer a mi bebé en brazos, solamente recuerdo decenas de malos tratos y violencias, y lo más triste de todo, que no solamente yo viví. Sino también, de las que fui testigo. Todo pasó en un hospital público”, concluyó.

Encuentra este y otros contenidos en: Semanario ATiempo.Tv Ed. 13

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